Mi padre siempre que iba al bar decía “bueno, me voy un rato a arreglar el mundo”. Para él el bar era un espacio donde se ponía a caldo a políticos de toda condición, jefes, vecinos que nos caen mal, fútbol, cuñados varios, y un largo e inacabable etc. El bar lo concebía como un lugar donde se hablaba desde, de política internacional, hasta del vecino que nos caía mal, pasando por los encargados y jefecillos varios del lugar de trabajo.
Lo concebía como el lugar donde te desahogabas vociferando en voz alta en medio del bar ante el resto de parroquianos habituales, con las coletillas “si por mi fuera”, “anda que, si yo mandara”, “eso yo lo arreglaba rápido”, “que me dejen a mí”, “es que la gente no se entera”. Para automáticamente después, justificar su no hacer nada con un “es que yo valgo mucho para eso”, “yo lo digo para que lo sepáis”, “a mí que no me busquen”, “si quieren hacer huelga, que la hagan, pero que no molesten a los demás”, quedando autosatisfechos con su bla, bla, bla lleno de “yoyoismo” con su no hacer nada por cambiar las cosas.
Tan sólo tenemos que sentarnos en cualquier bar y esperar, seguro que en cualquier momento alguien con un café o cerveza en mano, empieza a “arreglar el mundo”, y nos “alecciona sabiamente” con consejos inútiles para acto seguido hacer un monólogo de “porque yo lo valgo” con palabras chachis y eslóganes varios repetidos en bucle.
Esto me lleva al planteamiento de que, en la era digital, hemos cambiado la barra del bar por perfiles en redes sociales, desde los cuales lanzamos elocuentes discursos, repletos de palabras biensonantes, quedabien y slogans varios. Hablamos del sentido de la vida, cual cuñad@s en la comida de Navidad. Para acto seguido, justificar un no hacer físicamente, puesto que creemos que “hemos cambiado el mundo”, que “somos luchadores natos contra las injusticias”. Nos autoregodeamos en palabrería vacía pero biensonante.
Al final, de la misma forma que cuando salimos por la puerta del bar, nuestras palabras se quedan allí, también se quedan en las redes virtuales nuestras palabras escritas. La gran pregunta es si realmente sirven para “arreglar el mundo”, o simplemente, nos sirven para autoengañarnos, y creernos que podemos “arreglar el mundo”, sentados cómodamente en el sofá de casa, gritándole a la televisión mientras vemos las noticias, monologando “yoyoismos” de moda en redes sociales o en la barra de un bar, cerveza en mano.
Reflexión: Hay miles de bares y miles de redes sociales, y el mundo sigue sin arreglarse.
¿Será tal vez, que nada se arregla desde la barra de un bar, o desde el sofá de casa?