Dormir.
Dormir y olvidar.
Las pastillas y el olvido.
Sin ella estaba vacía.
Mariona no era nadie.
Sus ojos rojos asomaban por encima del edredón mirando al techo, a la nada.
Al que pudo ser y no fue
Amargos 18 años recién cumplidos.
Sin Flor no valía nada.
Con sus celos la había despojado de sus pétalos, apuñalándola en vida, abandonándola a su suerte, con un simple adiós.
Se veía morir en la agonía del dolor.
De la pérdida.
Siempre valoramos más lo que perdemos una vez ya no está con nosotros.
Crees que podrás volver a ver a esa persona especial, que son solamente pesadillas de las que puedes despertar.
Pero Mariona se despertaba día tras día con el mismo dolor en el pecho.
Se intentaba hacer ilusiones, pensando que todo volvería a ser como antes.
Pero no era así.
Un buen día despertó.
Decidió que tumbada no hacía nada y se echó a andar.
A observar el amanecer.
Esas cosas pequeñas de la vida que normalmente no valoramos en nuestro día a día.
Y en su reflejo un nuevo yo.
Uno más fuerte.