Mariona era feliz.
Tenía novio.
Por primera vez estaba con un chico y se sentía bien, realizada con su elección.
Con él iba a tener una familia y a cumplir lo que había soñado por que él deseaba lo mismo.
No era tan profundo como quizá le hubiese gustado, pero ya le convenía por que lo podía manipular a su antojo, o eso había creído.
Cuando estás con en pareja muchas veces cedes a la voluntad del otro, por que lo amas, por que lo darías todo por esa persona.
Mariona había cedido mucho, demasiado.
Había rechazado oportunidades laborales con posibilidades de viaje y ascenso.
Pero ahí estaba.
Amaba a Gerard demasiado para darse cuenta de que estaba con alguien que no la entendía, tirando por la borda su vida y su libertad de elección, por una relación posesiva en la que no todo era amor.
Todo era un camino de rosas hasta que ella misma se fue acomodando entre el barro que la hundía, sin (querer) verlo.
Incluso cuando Gerard un día le confesó que estaba enamorado de otra persona no se alarmó.
Fue comprensiva.
Lo entendía.
Le hacía daño y aún más una semana después de su cumpleaños, pero Mariona no lo demostraba.
Hasta ese punto le amaba. El de dejarle ir.
Pero se fue él y se fue todo lo demás.
El tiempo sin él, reflexionando, con lo que pudiese haber tenido y no fue, le hizo darse cuenta de que poner toda la confianza es peligroso si no sabes ponerle freno.
Por que si no es así, si te lanzas de buenas a primeras, sin apenas conocer a la persona y dejas que su mundo te absorba, esa persona acaba abusando de tu confianza y de ti.
Cuando te das cuenta y la otra persona (puede que nunca) también, puede que sea demasiado tarde.