Descubrimiento


Mariona a sus 16 años era como otra chica cualquiera.
De tez blanca, bajita y regordeta.
Lo único destacable hubiesen sido sus ojos verdes, si no fuese por qué se esforzaba en hacerse invisible.
Su pelo había pasado por multitud de fases: corte a lo garçon, a lo borroka, peli-naranja, cresta lila…
Intentaba no llamar la atención, pero su pelo hablaba más por ella que ella misma.
En esa época, se dio cuenta de que no le atraían los chicos.
Sentía que no había química posible, que no era suficientemente atractiva para ningún chico y físicamente ellos tampoco no le decían nada.
Cuando sus amigas hablaban de algún chico o fantaseaban con algún artista, se sentía fuera de lugar.
Se llegó a comprar una revista dirigida a público adolescente para averiguar qué veían sus amigas de interesante en ese tipo de publicaciones.
Nunca llegó a comprender a sus amigas, pero paradójicamente le llamaban más la atención las portadas de Interviú más que al tonto un lápiz, aunque, más bien por pudor, tampoco la comprase.
Entre esta confusión que asaltaba su mente, se enamoró de Tania, una de sus mejores amigas.
Salían de fiesta, de compras…
Les encantaba fingir que eran novias, yendo por la calle cogidas de la mano o de la cintura.
Mariona no comprendía por qué fingir algo que no se es, pero es algo como símbolo de amistad profunda entre mujeres el decir en coña que están “casadas” o darse algún “piquito” borrachas.
Es algo socialmente aceptado y en teoría no hay nada de homosexual en ello.
Pero Mariona tenía sentimientos reales y se sentía mal por ello.
Le dolía tener que callarlo, así que sintió que tenía que hacer algo al respecto.
No podía fijarse en alguien que no se tomaría sus sentimientos en serio si se los confesase y tampoco los compartiría, por qué para Tania solo era un tonteo inocente.
Entonces decidió navegar por internet para encontrar gente con sus mismos gustos y no sentirse tan extraña ante lo que acababa de descubrir.

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