Plumas

Plumas

Los pájaros vuelan alto.

Mariona también.

Flotaba en el aire, a cada letra, a cada frase, que escribía con cada pluma que usaba.

Unas más pequeñas, otras más largas. Unas más gruesas, otras más finas.

Las plumas cubrían su cuerpo cuando escribía, entre la oscuridad de la noche, a la luz de las velas, al olor del incienso y al compás de una música relajada.

A veces se le hacía duro escribir.

El papel parecía sudar entre sus manos y la tinta parecían los ríos de sangre de su alma.

Pero viendo sus plumas recordaba que podía volar, alzar las alas hacia mundos infinitos y hasta el fondo de su más recóndito interior.

A ella le habían enseñado delicadamente el funcionamiento de esas hermosas plumas.

Se lo habían enseñado con amor y dulzura, hasta que llegó a amarlas.

Hasta considerarlas no un objeto, sino un instrumento para vaciar su interior de todo lo que la dañaba.

La habían enseñado como se cogían, como se limpiaban, como se cuidaban, pero no le enseñaron cómo volar.

Eso lo aprendió a cada trazo, a cada movimiento, de cada pluma.

Y vio que las plumas eran parte de su ser, eran parte de su corazón.

Y también aprendió, que como las plumas no se dejan a nadie que no sepa cómo cuidarlas, su corazón tampoco.

Su alma tampoco.

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