Unas veces se gana.
Otras se pierde.
Pero no todo es así en la vida.
Mariona era a veces algo impulsiva.
Cuando quería algo lo quería ya.
Cuando hacía cualquier cosa, todo tenía que salir perfecto.
A la que algo fallaba, estallaba.
En llanto, en grito, arrancándose el pelo, vomitando.
Daba igual.
Como en una batalla interna, una lucha sin fin.
No había justificaciones ni medias tintas.
Eso sí: si podía, escurría el bulto de la responsabilidad para no entonar el “mea culpa”.
Una carrera, una competición.
Para ella, el triunfo estaba en hacer las cosas bien.
A la que hacía algo mal, a la que recibía un mal comentario, volvía a la casilla de salida.
Por suerte de los errores se aprende.
A base de ensayo y error, Mariona había aprendido que no era malo tropezarse con las piedras del camino y cómo esquivarlas cada vez que las encontraba.
Levantándose tras cada tropiezo y mirando hacia delante.
Porque si miras hacia atrás, te tropiezas siempre.