Sentir.
Amar a alguien.
Dar y recibir.
Mariona no sabía ya qué era eso.
Se había cansado de sentir, de padecer y de alegrarse.
De dar la mano y no sentir siquiera la calidez de otra mano que la apoyase en nada, que no estuviese ahí.
Ya no sabía dar la mano.
Ahora las golpeaba todas.
Quería estar bien, aparentar que todo estaba bien, cuando su cuerpo y su conducta decían lo contrario.
Quería creer que estaba bien solo porque así era dueña de su mundo, sin sobresaltos que alteraran su día a día.
Pero su mundo era un muro que le impedía llegar a los demás, sumiéndola en la soledad., haciendo más pequeñas sus virtudes y amplificando sus defectos.
El hecho de querer estar a salvo de sí misma la hacía renegar de todo afecto y esconderse lejos donde nada ni nadie pudiese llegar, pero aun así se encontraba con que su muro era invisible.
Eso hacía que su interior fuese visible, que se pudiera ver a través de él, imposible de esconder.
Odiaba esa realidad y por eso se odiaba más si cabía.
Pero un día llegó alguien que cruzó ese muro con esfuerzo y le cogió la mano.
Mariona no quería sostenerla por muy calentita y reconfortante que fuese.
La rechazaba hasta que aprendió que quien en realidad te aprecia siempre está ahí.
Sosteniendo tu mano.