“No vales nada”
“Eres tonta”
“No seas tan simpática”
Sorprende que alguien que dice quererte te diga esas cosas con verdadera furia.
Que te estampe contra una ventana, que aparezca la policía y encima alegues que es algo personal en donde nadie debe meterse.
Mariona era terca como una mula.
Hacía caso omiso a esas palabras y malos tratos. También de las personas que la amaban y le decían que se fuese. Pero no podía. Era su hogar.
Su orgullo era tan grande que perdía las llaves de casa y no le dejaba ver que no las había perdido.
Su novia se las robaba.
Igual pasó con su teléfono móvil.
Aislada, incomunicada.
Sin casi medios para hablar, ya nadie podía oírla.
Un día apareció un ángel en la puerta que la obligó a hacer la maleta.
Un ángel llamado madre.
Mariona seguía en sus trece.
No quería irse de lo que consideraba su lugar, su mundo.
Para ella eso era una guerra que debía ganar, una en la que su hostigadora debía perder e irse, no irse ella.
Pero las personas no las puedes cambiar ni hacerlas desaparecer con polvos mágicos.
Así que Mariona, resignada, hizo la maleta y se fue.
Y con ella las malas palabras, que se llevó el viento.